10.8.10

Un día en comisaría 1

Hace ya un tiempo que la vida me brindó la posibilidad de trabajar en una comisaría en Bangkok. Ni corto ni perezoso, ahí me presenté. Tras una extensa explicación por parte del responsable, me dispuse a tomar posesión de mi puesto. Ahí empezó la diversión. No era un trabajo nuevo, puesto que en España, mi jefe en última instancia, se llama Rubalcaba.




Dejando al margen lo que pueden ser los aspectos negativos de trabajar en una comisaría de cualquier parte del mundo (atender y consolar a víctimas, consolar a personas en momentos difíciles, etc.), prefiero comentar las anécdotas más llamativas y/o graciosas que me han sucedido en los últimos tiempos.

Tal y como es de esperar en uno de los distritos con más prostitución enfocada al turismo, la mayoría de casos llamativos, tienen relación con el instinto más básico del ser humano. Claro que como se suele decir: la realidad supera en muchas ocasiones a la ficción.



Sin ir más lejos, uno de los casos más recientes que registramos en el archivo, es el de un hombre occidental que vino a denunciar el robo de sus objetos personales por parte de unos “katoeys” (travestis) en un hotel de Bangkok. El caso no habría llamado la atención, y habría pasado a sumar un número más en el archivo, si no hubiera sido porque el hombre en cuestión vino acompañado de su mujer. ¡¿Quién va a una comisaría a denunciar que ha sido objeto de robo en un hotel por parte de dos travestís acompañado por su mujer?! ¿Le podía más la vergüenza de no hablar el idioma que asumir que se había ido con unos travestís de parranda dejando a su mujer en casa? ¿Espero la mujer a que se pusiera la denuncia para darle la paliza al marido? Y luego me pregunta la gente por qué les hacemos repetir las cosas en comisaría.



Siguiendo en la misma línea, apareció el otro día en comisaría, un sujeto italiano que no podía acercarse a una llama por el peligro que suponía que la combustión empezara en cualquier momento, dado el alcohol que desprendía por todos sus poros. Por su estado, sólo era capaz de repetir una frase. “Que detengan a la puta que me lo ha robado todo”. No había forma de sacarle dato alguno. Sólo quería que detuviéramos a la puta. Y claro, en una ciudad de 14 millones de habitantes, encontrar a 1 puta que le ha robado, sin más datos, resulta algo harto imposible. El asunto se resolvió con 100 bahts (2 euros) y un taxi que le llevó de vuelta a su hotel para que durmiera la mona. No volvió a aparecer. Supongo que por vergüenza.



Me llama sobremanera la atención la cantidad de casos de extranjeros objeto de robo por parte de profesionales del sexo. No por el hecho de que estas aves nocturnas busquen a su presa más fácil, sino por lo tonto que puede llegar a ser un hombre cuando huele a “chumino” (o lo que se supone que debería ser “chumino”).


Las denuncias por asuntos comerciales ocupan, a no mucha distancia, el segundo lugar en denuncias por parte de extranjeros (dejando de lado las sustracciones y robos con violencia, que no comento por no tener un ápice de gracia). Recuerdo a una nipona que acudió alarmada a las dependencias policiales porque había sido agredida con una calculadora en un comercio durante un regateo. Realmente, creo que en muchas ocasiones, los idiomas son un invento del diablo, excepto para los que vivimos de ellos. Más que nada por los desentendidos que se producen, y que pueden llevar a situaciones desagradables como el de la nipona agredida por una Casio.

No hace mucho vino una pareja de individuos muy alterados. Uno era un turista italiano, y el otro el vendedor de un puesto del mercado de Suan Lum. La cuestión es que el comerciante le reclamaba al visitante el importe de una bolsa supuestamente de cuero, y éste se negaba en rotundo, algo lógico si vemos lo chamuscado que estaba el complemento objeto de la disputa. Para entender la génesis de todo el asunto, hay que explicar que es práctica común por parte de los vendedores hacer delante del cliente “la prueba del mechero”, consistente en pasar un mechero por todo el bolso, en este caso, para que el potencial comprador vea por sus propios ojos de que se trata de auténtico cuero, y no de una falsificación. El problema residía en que la prueba no salió como era de esperar, y el bolso se tornó en antorcha. A pesar de todo el hombre quería su dinero. En el informe se señaló como dato importante que el mechero era del propio comerciante, no se fuera a pensar nadie que el turista llevaba consigo un mechero “trucado” con la facultad de quemar cuero auténtico. El italiano no pasó por el aro.



Está visto que los italianos tienen cierta tendencia a pasar por comisaría. En este caso, una pareja vino acompañada de los responsables de seguridad de unos grandes almacenes acusados de robar un secador de pelo. Es bastante común encontrarse con gente que fuera de su país hace cosas que no acostumbra a hacer en el suyo, y este parece ser el caso. La cuestión es que la pareja no entendía a qué venía tanto follón. Según ellos habían pagado todo lo que se llevaban, pero según los vendedores del establecimiento, entre los objetos que se llevaban al hotel, había un secador de pelo que no había pasado por caja. Ellos, muy indignados, pagaron el objeto en cuestión, y se atribuyó todo a un problema idiomático. ¡Viva la diplomacia!

El caso que más me ha sorprendido este mes, es el de un hindú que vino muy alarmado a la comisaría para denunciar que le habían hipnotizado, y posteriormente robado, claro. Curiosamente hacía dos días que había visionado un episodio de CSI Las Vegas en el que se trataba un caso similar. El hindú no podía haber visto el mismo episodio porque el mío estaba bajado de internet. De todas formas me llamó la atención la sincronicidad de los hechos. Estas cosas pensaba que sólo pasaban en las películas, pero observo día a día que es bien cierto que la realidad supera a la ficción con creces.
Lo cierto es que ya sabemos en la comisaría que la gente se inventa los disparates más grandes con tal de esconder un hecho vergonzoso, engañar a un seguro, buscar una coartada ante la pareja, etc.



He observado con el tiempo la influencia negativa que tienen numerosas series de televisión sobre la población en general, y los jóvenes en particular. Me explico. Hace menos de 48 horas, vino un grupito de jóvenes chinos pijos (sí, hasta los pijos han podido con el país de la Gran Muralla) a denunciar la pérdida de una cartera que contenía una tarjeta visa y poco más de 1000 bahts (unos 20 euros). Gracias a un guardia de seguridad del recinto habían logrado averiguar que un taxista había recogido la mencionada cartera y se la había llevado. Dicho guardia había logrado apuntar cuatro números de la licencia (que en Tailandia está en números grandes pegados en el cristal posterior del vehículo, algo prohibido en Europa). El grupo de jóvenes, influidos por Hollywood, nos pedían que con esos cuatro números localizáramos al taxista en cuestión. De poco servían mis explicaciones respecto al hecho de que en Bangkok hay alrededor de 100.000 taxis, y sin dos letras adicionales del alfabeto thai, que tiene 44 consonantes, era imposible localizar a nadie. Dada la insistencia de los chinos, y mi paciencia que es inversamente proporcional a los años que cumplo, no me quedó más remedio que decirles del mejor modo posible, aunque algo airado, que: “la localización de vehículos instantánea y las pruebas de ADN en 5 minutos siguen siendo patrimonio de los CSI, y que al mundo real todavía no han llegado”. Una vez sacado el genio latino, los asiáticos agradecieron la colaboración que amablemente prestamos durante casi una hora para cancelar la tarjeta VISA, dieron media vuelta y emprendieron el regreso al hotel. Sin embargo, la principal damnificada todavía tuvo fuerzas para dirigirse de nuevo a mí y decirme algo llorosa: “Es que era Christian Dior …”. “Lo siento, pero Christian Dior todavía no incorpora GPS en sus carteras” tuve que decir respirando profundamente para no levantarme y sacarla a gorrazos de la comisaría. Para trabajar en una comisaría, se impone mucha paciencia antes que mucha valentía.